dilluns, 29 de novembre del 2010

El problema no es el Papa

De José M. Castillo, a Redes Cristianas


El libro que acaba de publicar Benedicto XVI da que pensar. El papa tiene el poder y la autoridad que tiene porque, en última instancia, el papa habla en nombre de Dios, invocando el poder y la autoridad que Dios le ha concedido. Si no hay Dios, ¿qué sentido tiene el papa y el papado? Para los que no creen en Dios, ¿qué sentido tiene creer en lo que dice el papa y obedecer al papa? Por lo tanto, el problema no es el papa. El problema es Dios.


Por eso he dicho que el libro de Benedicto XVI da que pensar. Porque, vamos a ver, según lo que acabo de indicar, hace sólo unos meses, cuando este papa viajó a Africa, Dios no quería en ningún caso el preservativo. Ahora, lo quiere, por lo menos, “como un primer acto de responsabilidad”. Pues bien, si ahora Dios no quiere que la mujer sea ordenada sacerdote, ¿quién me puede asegurar a mí que, dentro de unos meses (o años), Dios no pueda cambiar de opinión, como parece ser que empieza a cambiar en lo del preservativo? Detrás del libro del papa lo que está es el problema de Dios.


No hay que ser un lince para sospechar (al menos, sospechar) que, en todo este embrollado asunto, hay algo que no cuadra. Porque o bien lo que sucede es que el papa no tiene la autoridad que representa; o lo que sucede es que representa mal una cosa que es tan seria como la autoridad misma de Dios. En cualquier caso, si Dios es Dios, no parece que pueda andar cambiado de ideas y tomando decisiones variables y volubles, como nos pasa a nosotros los mortales.


Hubo tiempos en que los papas organizaban guerras, condenaban a los heterodoxos y quemaban vivos a los herejes porque Dios lo quería así. Ahora, los papas dicen que Dios no quiere nada de eso. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Es que el Dios, que representa el papa, es un Dios “cultural”? ¿O lo que sucede es que se trata de un Dios “contra-cultural”? El Dios que, por boca de un papa, condenó a Galileo es el mismo Dios que, por boca de otro papa, pidió perdón por lo que se hizo con Galileo.


Al decir estas cosas y plantearme estas preguntas, lo que estoy haciendo, ni más ni menos, es ponerme en el pellejo de muchas personas que, si piensan detenidamente en todo este asunto, se van a hacer las mismas preguntas que yo me estoy haciendo. Así las cosas, lo que (a mi juicio) parece más acertado es esto: lo propio y específico de Dios es la “trascendencia”. Lo cual quiere decir que Dios no está a nuestro alcance, “nadie ha visto a Dios” (Jn 1, 18). Porque lo propio y específico de los humanos es la “inmanencia”.


Pero, desde “lo inmanente”, lo que decimos que sabemos del “Trascendente”, no es Dios en sí, ni es lo que Dios piensa o lo que Dios quiere, sino la “representación” o “imagen” de Dios, que nosotros nos hacemos de Dios. No nos engañemos. Ni nos dejemos engañar. Lo inmanente se queda siempre en la inmanencia. Es, pues, desde el interior mismo del mundo, de la historia y de las libertades humanas como Dios nos habla y nos dice lo que quiere.


Ahora bien, si Dios no es un invento humano, lo único cierto que de él podemos saber es que Dios quiere la plena humanización de lo humano. Es decir, lo que nos hace más humanos, dignifica nuestra humanidad y hace más humana, más digna y más feliz la existencia de los humanos. Un Dios que no quiere eso, no es Dios, sino la representación de Dios que nos hacen quienes nos dicen que hablan en nombre de Dios.


No le faltaba razón al gran místico que fue el Maestro Eckhart (s. XIV) cuando decía: “Le pido a Dios que me libre de Dios”. Por eso Simone Weil escribió:”Dios brilla, en el sentido más positivo del término, por su ausencia”. Esto no es negar o anular a Dios. Esto es respetar a Dios. O mejor, “dejar a Dios ser Dios”. Y si todo esto resulta extraño, baste pensar que la revelación definitiva en Jesucristo culmina en la muerte de su Hijo en la cruz; es decir, “en la aparentemente más total de sus ausencias” (J. Martín Velasco).


(Artículo publicado en El Ideal)