De Religión Digital
Ampliar los casos de nulidad y dejarlo a la "conciencia" personal
Tanto en una como en la otra pista Benedicto XVI espera que se somentan a profundización
Sandro Magister, 5 de diciembre de 2011
(Sandro Magister, en Espresso).- La prohibición de la comunicación eucarística a los católicos divorciados y vueltos a casar es cada vez más impugnada y desobedecida. Benedicto XVI resiste. Pero vuelve a
publicar un ensayo suyo de 1998 que abre dos resquicios, el segundo confiado a las conciencias. La "aperturas" indicadas por el Papa en el ensayo y en la nota adjunta son al menos dos.
La primera es la posible ampliación de los reconocimientos canónicos de nulidad de los matrimonios celebrados "sin fe" por al menos uno de los cónyuges, pero bautizado.
La segunda es la posible apelación a una decisión "en el fuero interno" de acceder a la comunión, por parte de un católico divorciado y vuelto a casar, si el fracasado reconocimiento de la nulidad de su anterior matrimonio (por efecto de una sentencia considerada errónea o por la imposibilidad de probar la nulidad por vía procesal) contrastacon su firme convicción de conciencia que ese matrimonio era objetivamente nulo.
De hecho, esta segunda es una práctica que tiende a extenderse mucho más allá de sus límites, por parte de católicos divorciados y vueltos a casar que ni siquiera han recurrido jamás a los tribunales canónicos para regularizar su situación, ni intentan hacerlo, pero igualmente reciben la comunión por su voluntad, con o sin la aprobación del confesor.
Tanto en una como en la otra pista Benedicto XVI espera que tenga lugar la profundización.
Y da a entender que hay que esperar un resultado positivo en ambos casos, "sin comprometer la verdad en nombre de la caridad".
Durante la reciente visita de Benedicto XVI a Alemania, muchos esperaban del Papa la "apertura" a los católicos divorcios y vueltos a casar: con la atenuación, si no la revocación, de la prohibición de recibir la comunión.
Tal esperanza fue expresada por el mismo Presidente de la república federal alemana, Christian Wulff, católico y vuelto a casar, al darle la bienvenida oficial al Papa a su llegada a Berlín.
Pero durante los cuatro días del viaje a Alemania, y también después, el papa Joseph Ratzinger no ha dicho nada sobre el tema.
Pero se sabe que la cuestión ya está muy presente en su corazón. Ha hablado muchas veces en el pasado, y ha dicho que "el problema es muy difícil y debe ser profundizado todavía".
El pasado 30 de noviembre Benedicto XVI ha vuelto al tema en forma indirecta: con el relanzamiento en "L'Osservatore Romano" de un ensayo "poco conocido" de 1998, enriquecido por una nota que informa las
palabras pronunciadas por él sobre el tema al clero de la diócesis de Aosta, el 25 de julio de 2005.
Ésta última es una nota importante, porque remite precisamente a un punto sobre el que Benedicto XVI considera que se puede abrir un resquicio en la prohibición general de la comunión.
En la primera parte de su ensayo el Papa confirma que esta prohibición no es un invento de la Iglesia Católica. La Iglesia no puede hacer otra cosa que atenerse a la enseñanza de Cristo, quien se ha expresado con absoluta claridad respecto a la indisolubilidad del matrimonio.
¿Pero de cuál matrimonio? San Pablo - recuerda el Papa - reconoce la indisolubilidad absoluta al único matrimonio sacramental, el celebrado entre cristianos. Para el matrimonio entre un cristiano y un no
cristiano el apóstol admite la posibilidad de la separación, si el fin es el de salvaguardar la fe del cónyuge bautizado. Así hace hoy también la Iglesia con el llamado "privilegium paulinum", cuando admite la disolución de un matrimonio no sacramental.
En la segunda parte del ensayo, el papa Ratzinger afronta la objeción de quien sostiene que la Iglesia Católica debería imitar la praxis más flexible de la Iglesia antigua y de las Iglesias orientales separadas de Roma.
En los primeros siglos, el Papa recuerda que algunos Padres [de la Iglesia] "buscaron soluciones 'pastorales' para raros casos límite", y da el nombre de san León Magno. Pero en su conjunto dice, "los fieles divorciados y vueltos a casar nunca fueron admitidos oficialmente a la sagrada comunión", ni siquiera luego de un tiempo de penitencia.
Pero en los siglos posteriores, el Papa puntualiza que hubo dos desarrollos contrapuestos:
"En la Iglesia imperial posterior a Constantino se buscó, debido al progresivo entrelazamiento cada vez más fuerte del Estado y la de Iglesia, una mayor flexibilidad y disponibilidad al compromiso en situaciones matrimoniales difíciles. Una tendencia semejante se manifestó también en el ámbito gálico y germánico hasta la reforma gregoriana [del siglo XI]. En las Iglesias orientales separadas de Roma, este desarrollo continuó posteriormente en el segundo milenio y condujo a una praxis cada vez más liberal". Pero en Occidente, "gracias a la reforma gregoriana, se recuperó la concepción originaria de los Padres [de la Iglesia]. El Concilio de Trento sancionó en cierto modo este desarrollo y fue propuesto de nuevo como doctrina de la Iglesia por el Concilio Vaticano II".
En la tercera parte de su ensayo, el papa Benedicto contesta a quien exige de la Iglesia Católica respetar la opción de los divorciados y vueltos a casar, cuando "en conciencia" consideran justo tomar la comunión, en contraste con la norma jurídica que la prohíbe.
Benedicto XVI parte de una consideración que parece cerrar cualquier apertura:
"Si el matrimonio precedente de los fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conforme al derecho y por lo tanto, por motivos intrínsecos, es imposible que reciban los Sacramentos. La conciencia de cada uno está vinculada, sin excepción, a esta norma". Una norma, la indisolubilidad del matrimonio, que es de "derecho divino" y "sobre la que la Iglesia no posee ningún poder discrecional". Pero inmediatamente después agrega:
"Pero la Iglesia sí tiene el poder de especificar qué condiciones deben cumplirse para que un matrimonio sea considerado como indisoluble según la enseñanza de Jesús". Y no siempre - escribe - funcionan bien los tribunales eclesiásticos que deberían comprobar si un matrimonio es válido. A veces los procesos "se alargan excesivamente". En algunos casos "se dictan sentencias problemáticas". En otros también "sobrevienen errores".
En estos casos, entonces, - reconoce el Papa -, "no parece que se excluya, en principio, la aplicación de la epikeia en el 'fuero interno'", es decir, una decisión de la conciencia:
"Muchos teólogos opinan que los fieles deben atenerse, también en el fuero interno, a los juicios del tribunal eclesiástico, aún cuando les parezcan falsos. Otros sostienen que en el 'fuero interno' cabe pensar en excepciones, porque en el ordenamiento procesal no se trata de normas de derecho divino, sino de normas de derecho eclesiástico. Pero este asunto exige más estudios y clarificaciones. A fin de evitar arbitrariedades y proteger el carácter público del matrimonio - sustrayéndolo al juicio subjetivo - deberían en efecto dilucidarse de modo muy preciso las condiciones para que se verifique una excepción". En la cuarta parte del ensayo Benedicto XVI indica precisamente un nuevo campo a explorar, referido a los motivos que hacen nulo un matrimonio:
El Papa excluye taxativamente que un matrimonio pueda dejar de valer simplemente "cuando no existe más el vínculo personal de amor entre dos esposos".
Pero prosigue:
"Ulteriores estudios profundos plantean la cuestión si los cristianos no creyentes - bautizados que nunca han creído o que ya no creen en Dios - pueden contraer verdaderamente un matrimonio sacramental. En otras palabras: debería aclararse si verdaderamente todo matrimonio entre bautizados es ipso facto un matrimonio sacramental. De hecho, el Código mismo indica que sólo el contrato matrimonial 'válido' entre bautizados es a la vez un sacramento (Cfr. Código de Derecho Canónico, can. 1055 § 2). La fe pertenece a la esencia del sacramento; queda por aclarar la cuestión jurídica acerca de qué evidencia de 'no-fe' tiene como consecuencia que no se realice un sacramento".
En una nota agregada al final del ensayo está la frase a los sacerdotes de Aosta, en la que el Papa ha retomado y desarrollado ese razonamiento:
"Es particularmente dolorosa la situación de los que se casaron por Iglesia, pero que no eran realmente creyentes y lo hicieron por tradición, y luego, hallándose en un nuevo matrimonio no válido se convierten, encuentran la fe y se sienten excluidos del Sacramento. Realmente se trata de un gran sufrimiento. Cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, invité a diversas Conferencias episcopales y a varios especialistas a estudiar este problema: un sacramento celebrado sin fe. No me atrevo a decir si realmente se puede encontrar aquí un momento de invalidez, porque al sacramento le faltaba una dimensión fundamental. Personalmente yo lo pensaba, pero los debates que tuvimos me hicieron comprender que el problema es muy difícil y debe ser profundizado aún más".
En la quinta y última parte del ensayo, en definitiva, el papa Benedicto pone de nuevo en guardia respecto al peligro de "diluir" en nombre de la misericordia esa verdad revelada que es la indisolubilidad del matrimonio.
Y concluye:
"La palabra de la verdad puede, ciertamente, dañar y ser incómoda; pero es el camino hacia la curación, hacia la paz y hacia la libertad interior. Una pastoral que quiera auténticamente ayudar a las personas debe basarse siempre en la verdad. Sólo lo que es verdadero puede, en definitiva, ser pastoral. 'Entonces conoceréis la verdad y la verdad os hará libres' (Jn 8, 32)".
De hecho, esta segunda es una práctica que tiende a extenderse mucho más allá de sus límites, por parte de católicos divorciados y vueltos a casar que ni siquiera han recurrido jamás a los tribunales canónicos para regularizar su situación, ni intentan hacerlo, pero igualmente reciben la comunión por su voluntad, con o sin la aprobación del confesor.
Tanto en una como en la otra pista Benedicto XVI espera que tenga lugar la profundización.
Y da a entender que hay que esperar un resultado positivo en ambos casos, "sin comprometer la verdad en nombre de la caridad".
Durante la reciente visita de Benedicto XVI a Alemania, muchos esperaban del Papa la "apertura" a los católicos divorcios y vueltos a casar: con la atenuación, si no la revocación, de la prohibición de recibir la comunión.
Tal esperanza fue expresada por el mismo Presidente de la república federal alemana, Christian Wulff, católico y vuelto a casar, al darle la bienvenida oficial al Papa a su llegada a Berlín.
Pero durante los cuatro días del viaje a Alemania, y también después, el papa Joseph Ratzinger no ha dicho nada sobre el tema.
Pero se sabe que la cuestión ya está muy presente en su corazón. Ha hablado muchas veces en el pasado, y ha dicho que "el problema es muy difícil y debe ser profundizado todavía".
El pasado 30 de noviembre Benedicto XVI ha vuelto al tema en forma indirecta: con el relanzamiento en "L'Osservatore Romano" de un ensayo "poco conocido" de 1998, enriquecido por una nota que informa las
palabras pronunciadas por él sobre el tema al clero de la diócesis de Aosta, el 25 de julio de 2005.
Ésta última es una nota importante, porque remite precisamente a un punto sobre el que Benedicto XVI considera que se puede abrir un resquicio en la prohibición general de la comunión.
En la primera parte de su ensayo el Papa confirma que esta prohibición no es un invento de la Iglesia Católica. La Iglesia no puede hacer otra cosa que atenerse a la enseñanza de Cristo, quien se ha expresado con absoluta claridad respecto a la indisolubilidad del matrimonio.
¿Pero de cuál matrimonio? San Pablo - recuerda el Papa - reconoce la indisolubilidad absoluta al único matrimonio sacramental, el celebrado entre cristianos. Para el matrimonio entre un cristiano y un no
cristiano el apóstol admite la posibilidad de la separación, si el fin es el de salvaguardar la fe del cónyuge bautizado. Así hace hoy también la Iglesia con el llamado "privilegium paulinum", cuando admite la disolución de un matrimonio no sacramental.
En la segunda parte del ensayo, el papa Ratzinger afronta la objeción de quien sostiene que la Iglesia Católica debería imitar la praxis más flexible de la Iglesia antigua y de las Iglesias orientales separadas de Roma.
En los primeros siglos, el Papa recuerda que algunos Padres [de la Iglesia] "buscaron soluciones 'pastorales' para raros casos límite", y da el nombre de san León Magno. Pero en su conjunto dice, "los fieles divorciados y vueltos a casar nunca fueron admitidos oficialmente a la sagrada comunión", ni siquiera luego de un tiempo de penitencia.
Pero en los siglos posteriores, el Papa puntualiza que hubo dos desarrollos contrapuestos:
"En la Iglesia imperial posterior a Constantino se buscó, debido al progresivo entrelazamiento cada vez más fuerte del Estado y la de Iglesia, una mayor flexibilidad y disponibilidad al compromiso en situaciones matrimoniales difíciles. Una tendencia semejante se manifestó también en el ámbito gálico y germánico hasta la reforma gregoriana [del siglo XI]. En las Iglesias orientales separadas de Roma, este desarrollo continuó posteriormente en el segundo milenio y condujo a una praxis cada vez más liberal". Pero en Occidente, "gracias a la reforma gregoriana, se recuperó la concepción originaria de los Padres [de la Iglesia]. El Concilio de Trento sancionó en cierto modo este desarrollo y fue propuesto de nuevo como doctrina de la Iglesia por el Concilio Vaticano II".
En la tercera parte de su ensayo, el papa Benedicto contesta a quien exige de la Iglesia Católica respetar la opción de los divorciados y vueltos a casar, cuando "en conciencia" consideran justo tomar la comunión, en contraste con la norma jurídica que la prohíbe.
Benedicto XVI parte de una consideración que parece cerrar cualquier apertura:
"Si el matrimonio precedente de los fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conforme al derecho y por lo tanto, por motivos intrínsecos, es imposible que reciban los Sacramentos. La conciencia de cada uno está vinculada, sin excepción, a esta norma". Una norma, la indisolubilidad del matrimonio, que es de "derecho divino" y "sobre la que la Iglesia no posee ningún poder discrecional". Pero inmediatamente después agrega:
"Pero la Iglesia sí tiene el poder de especificar qué condiciones deben cumplirse para que un matrimonio sea considerado como indisoluble según la enseñanza de Jesús". Y no siempre - escribe - funcionan bien los tribunales eclesiásticos que deberían comprobar si un matrimonio es válido. A veces los procesos "se alargan excesivamente". En algunos casos "se dictan sentencias problemáticas". En otros también "sobrevienen errores".
En estos casos, entonces, - reconoce el Papa -, "no parece que se excluya, en principio, la aplicación de la epikeia en el 'fuero interno'", es decir, una decisión de la conciencia:
"Muchos teólogos opinan que los fieles deben atenerse, también en el fuero interno, a los juicios del tribunal eclesiástico, aún cuando les parezcan falsos. Otros sostienen que en el 'fuero interno' cabe pensar en excepciones, porque en el ordenamiento procesal no se trata de normas de derecho divino, sino de normas de derecho eclesiástico. Pero este asunto exige más estudios y clarificaciones. A fin de evitar arbitrariedades y proteger el carácter público del matrimonio - sustrayéndolo al juicio subjetivo - deberían en efecto dilucidarse de modo muy preciso las condiciones para que se verifique una excepción". En la cuarta parte del ensayo Benedicto XVI indica precisamente un nuevo campo a explorar, referido a los motivos que hacen nulo un matrimonio:
El Papa excluye taxativamente que un matrimonio pueda dejar de valer simplemente "cuando no existe más el vínculo personal de amor entre dos esposos".
Pero prosigue:
"Ulteriores estudios profundos plantean la cuestión si los cristianos no creyentes - bautizados que nunca han creído o que ya no creen en Dios - pueden contraer verdaderamente un matrimonio sacramental. En otras palabras: debería aclararse si verdaderamente todo matrimonio entre bautizados es ipso facto un matrimonio sacramental. De hecho, el Código mismo indica que sólo el contrato matrimonial 'válido' entre bautizados es a la vez un sacramento (Cfr. Código de Derecho Canónico, can. 1055 § 2). La fe pertenece a la esencia del sacramento; queda por aclarar la cuestión jurídica acerca de qué evidencia de 'no-fe' tiene como consecuencia que no se realice un sacramento".
En una nota agregada al final del ensayo está la frase a los sacerdotes de Aosta, en la que el Papa ha retomado y desarrollado ese razonamiento:
"Es particularmente dolorosa la situación de los que se casaron por Iglesia, pero que no eran realmente creyentes y lo hicieron por tradición, y luego, hallándose en un nuevo matrimonio no válido se convierten, encuentran la fe y se sienten excluidos del Sacramento. Realmente se trata de un gran sufrimiento. Cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, invité a diversas Conferencias episcopales y a varios especialistas a estudiar este problema: un sacramento celebrado sin fe. No me atrevo a decir si realmente se puede encontrar aquí un momento de invalidez, porque al sacramento le faltaba una dimensión fundamental. Personalmente yo lo pensaba, pero los debates que tuvimos me hicieron comprender que el problema es muy difícil y debe ser profundizado aún más".
En la quinta y última parte del ensayo, en definitiva, el papa Benedicto pone de nuevo en guardia respecto al peligro de "diluir" en nombre de la misericordia esa verdad revelada que es la indisolubilidad del matrimonio.
Y concluye:
"La palabra de la verdad puede, ciertamente, dañar y ser incómoda; pero es el camino hacia la curación, hacia la paz y hacia la libertad interior. Una pastoral que quiera auténticamente ayudar a las personas debe basarse siempre en la verdad. Sólo lo que es verdadero puede, en definitiva, ser pastoral. 'Entonces conoceréis la verdad y la verdad os hará libres' (Jn 8, 32)".
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