dijous, 2 de juny del 2011

Pascua en el corredor de la muerte


La prisión de San Quintín, en Estados Unidos, es una prisión americana icónica. En sus más de 150 años de existencia miles de presos han pasado por sus puertas de hierro. Como en todas las prisiones, también entre sus muros se ha desarrollado un espíritu de opresión y de crueldad. En las últimas décadas ha sido testigo del mayor aumento de encarcelaciones en la historia americana. En Estados Unidos, desde el final de los años ’70, la penología se ha alejado firmemente de tener esperanza en el poder de la rehabilitación y de la reforma, adoptando una ideología de incapacitación y de venganza. Frente a ese cinismo e indiferencia respecto a la horrible situación en la que se encuentran los presos (y sus familias), la pastoral carcelaria católica invita, más que nunca, a los jesuitas americanos a que se involucren en lo que algunos han denominado “el complejo industrial carcelario.”

En esta oscuridad veo despuntar cada día la luz de Dios. Desde mis primeras experiencias en la pastoral carcelaria, siendo novicio, he aprendido una y otra vez a ver el rostro de Cristo en los presos así como en los guardias. Esta Pascua es un buen ejemplo de ello. He estado trabajando con un hombre en el corredor de la muerte (en este momento, en San Quintín, hay más de 750 hombres en este corredor). Se trata de un preso que ha estado estudiando la religión católica en su celda y que deseaba recibir el bautismo. Del director de la cárcel obtuve el permiso de bautizarle el Lunes de Pascua.

El corredor de la muerte de la cárcel de San Quintín es una zona de máxima seguridad. Todos los que entran tienen que ponerse un chaleco a prueba de arma blanca antes de encontrarse con los presos encerrados bajo llave, totalmente separados del personal, dicho con otras palabras sin ningún contacto humano. Todo el tiempo que están fuera de su celda, los reclusos están esposados y llevan grilletes en los pies y cadena a la cintura.

El bautizo de Bobby tenía que hacerse bajo estas medidas de seguridad. Con sus manos esposadas, una cadena alrededor de la cintura, fue escoltado desde su celda hasta la entrada del edificio en el que se encuentran los reclusos “Condenados”. Seis miembros del equipo médico y de la administración respondieron a su invitación a acompañarle en este momento. Se hizo silencio y se percibía paz en el vestíbulo, habitualmente lugar de mucho ruido. Bobby leyó el pasaje de Romanos 6: “¿No saben que todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte?” Yo tenía que sostener el libro ya que él tenía las manos esposadas detrás de la espalda. Las palabras del ritual resonaron poderosamente en el vestíbulo, mientras estábamos de pie ante la pared pintada de negro, una pared que ocultaba a nuestra vista la antigua Cámara de Gas, que estaba detrás. “Si la comunión en su muerte, nos injertó en él, también compartiremos su resurrección.” Las palabras de San Pablo ponían en tela de juicio toda la maquinaria de muerte a nuestro alrededor.

Las palabras para bendecir el agua indicaban un rechazo total al poder de la muerte, de la violencia y de la venganza: Luz, Esperanza, Sanación, Vida nueva, Gozo, Paz, Amor eran mazazos contra lo que prometía solo desesperación, solo muerte. Los que estábamos reunidos aquella mañana en ese lugar sombrío, en ese edificio de muerte, fuimos testigos de un claro signo de la gracia de Dios que, por medio del bautismo, iluminaba uno de los rincones más oscuros de nuestro mundo. “¿Renuncias a Satanás? Sí, renuncio. ¿Y a todas sus obras? Sí, renuncio. ¿Y a todas sus seducciones? Sí, renuncio.” Por esto me gusta ser un sacerdote.

Mientras me preparaba a ungir a Bobby con el crisma, con una última señal estremecedora, dijo: ¿Puede bendecir también mis manos?. Para que yo lo hiciera, tuvo que darse la vuelta para mostrarme sus manos esposadas, detrás de la espalda. Las mismas manos que arrebataron vidas, recibieron la unción con el crisma de la salvación. La promesa de la liberación de esas ataduras me produjo lágrimas.

George Williams SJ
Capellán católico de la Prisión de San Quintín Berkeley, California gwilliams@sjnen.org