dissabte, 25 de juny del 2011

Último brindis: ¡La próxima copa en el Reino!

de X. Pikaza (de una serie de artículos sobre la Eucaristía).

He venido presentando algunos elementos de la Última Cena según el Evangelio de Marcos, insistiendo en el hombre del cántaro y en la traición de los discípulos. Para seguir avanzando en el tema, antes de tratar en concreto del pan y del vino, entendidos como Cuerpo y Sangre mesiánica de Cristo, es conveniente exponer el sentido del “último brindis” de Jesús:
En verdad os digo:
ya no beberé más del fruto de la vid
hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios! Mc 14 25

 Ésta es quizá la palabra más “antigua” de la Cena. Jesús ha comido por última vez con sus discípulos para invitarles, por encima de su posible fracaso y traición, al reino de los cielos. Y lo ha hecho con "vino", con el vino de la fiesta mesiánica que los judíos tomaban en las fiestas, anunciando y prometiendo el Reino de Dios, como todavía se dice (dicen) en algunas ocasiones:
¡La próxima copa en Jerusalén!
Nos estamos acercando al origen y sentido de la eucaristía. Buen día a todos los amigos y lectores del blog, en especial a los que suelen aludir al buen vino del Reino.
a. Comparación con Pablo. En el comienzo de la eucaristía de la iglesia
Pablo presentaba la eucaristía en un fondo escatológico, de manera que la celebración del pan/cuerpo y del cáliz/alianza aparecen como anuncio del Señor que viene.
Pues cuantas veces comáis este pan
y bebáis este cáliz anunciáis la muerte del Señor (Kyrios)
hasta que él venga (1 Cor 11, 26)
Pues bien, en ese mismo contexto, Marcos recoge el texto esencial, que ya he citado, un texto que se arraiga en la historia de Jesús, y que anuncia la llegada del Reino:
En verdad os digo: no beberé del fruto de la vid
hasta el día aquel en que beba (el ) nuevo
en el Reino de Dios (Mc 14, 25)
Como se ve, este Jesús de la última cena Marcos habla de la llegada del Reino; Pablo, en cambio, anuncia la venida del Kyrios. Esta diferencia es normal:
--el Jesús de Marcos (que, en este caso, nos lleva hasta un plano histórico más antiguo que el de Pablo) se sitúa aquí en la línea de todo su mensaje anterior,
--mientras que Pablo sabe ya que la plenitud del Reino de Dios se identifica con el mismo Jesús, que es Kyrios anunciado en la eucaristía.
Desde ese fondo, podemos afirmar que este pasaje de Marcos se encuentra en el principio de la evolución eucarística de la Iglesia, allí donde (¡en ámbito judío!) el signo principal es el cáliz (copa de vino) y la esperanza básica es la llegada del Reino,que Jesús anuncia al decir que no beberá ya aquí del vino, con los suyos, sino que beberá el Vino Nuevo de Dios; no dice que él es vino de Reino (como en el texto eucarístico), sino que beberá el vino del Reino, con sus discípulos).
(((Las palabras de Mc 14, 25 son fundamentales, como muestra su introducción solemne (en verdad os digo: amên legô hymin), que parece servir no sólo para ratificar la importancia de la frase que sigue, sino también para interpretar a partir de ella lo anterior. Todo nos permite supone que Jesús, dentro de un amplio contexto pascual, ha celebrado con sus discípulos una fiesta de entrada en la tierra prometida, en la línea de un texto clásico de la tradición judía (Jos 5, 10-12).
Jesús no está recordando el pasado (la pascua nacional judía del Éxodo, con cordero), sino instituyendo un tipo de pascua nueva, en mismo borde de la “tierra prometida”, para celebrar su entrada en ella. Por eso alude al vino nuevo, que no es propio de la fiesta de pascua (en el plenilunio de primavera no lo había todavía), sino el vino de una fiesta de primicias, que parece más vinculado al recuerdo de Pentecostés (alianza) e incluso al de la fiesta de los Tabernáculos (cuando se bebía el vino nuevo). En este contexto pueden recordarse los diversos ritos pentecostales del vino y pan, propios de varias fiestas judías que diversas comunidades judías estaban celebrando en aquel tiempo. He estudiado el tema en Fiesta del Pan, Fiesta del Vino, Verbo Divino, Estella 2005.))
Pablo (1 Cor 11, 26) conserva la esperanza israelita, que también Marcos expresa cuando dice que, tomando en la Cena su última copa de vino, Jesús prometió que la próxima sería en el Reino. Pero él (Pablo) introduce tres novedades esenciales:
(a) Habla no sólo de la copa (como Mc 14, 25), sino del pan y de la copa, que los cristianos comen y beben.
(b) Ese pan y esa copa son un anuncio o proclamación de la muerte del Señor, entendida como acontecimiento salvador ya realizado.
(c) Lo que se espera en el futuro no es el Reino de Dios, sino la venida del mismo Jesús/Seños (cuya presencia celebran ya los cristianos). Eso significa que, a su juicio, arraigándose en el pasado de la muerte de Jesús, Pablo promete su venida, mientras que el Jesús de Marcos promete directamente el Reino.
2. Texto de Marcos. Comentario.
Desde una perspectiva posterior (de Iglesia) parece normal que Pablo haya incluido su referencia escatológica (la venida del Señor) en el contexto de una eucaristía centrada ya en el Kyrios (1 Cor 11, 26); lo sorprendente es que Marcos conserve este logion (14, 25) y lo siga manteniendo, en ese mismo contexto, para recordar así que la eucaristía está vinculada al compromiso de la entrega de Jesús y a su esperanza de Reino, que él comparte con sus seguidores.
Esta palabra (14, 25) ofrece la primera versión eclesial e histórica de la eucaristía, una eucaristía (o bendición) gozosa del vino (¡fruto de la vid!), como signo del Reino de Dios, sin referencia directa a la muerte de Jesús (¡no se dice que el vino sea su sangre!) y sin vinculación al pan (cuya importancia en la vida de Jesús y en el evangelio de Marcos vengo resaltando a lo largo de este comentario).
Esta palabra constituye el “testamento” de la vida y obra de Jesús, que ratifica así, en el momento final, lo que ha dicho a lo largo de su ministerio (anunciando la llegada del Reino) y lo que ha hecho (ofreciendo a los suyos el pan multiplicado). Todos los hilos de la trama de su historia se anudan y condensan aquí, en su palabra de entrega y promesa al servicio del Reino de Dios, invitando a los suyos al Reino de Dios, precisamente allí donde van a traicionarle:
− En verdad os digo.
Esta fórmula sirve para indicar la importancia de lo que se dirá, ratificando lo que ha sido el proyecto de Jesús, todo su camino histórico (tal como lo ha recogido Marcos). Jesús había dicho que su evangelio (y el recuerdo de la mujer de la unción) se extenderían al cosmos entero (cf. 13, 10; 14, 9). Pues bien, este dicho supone que su entrega (la obra de Jesús a favor del Reino) ha culminado en este mundo, de manera que a partir de aquí se abre el nuevo horizonte de la plenitud escatológica: La nueva copa será en el Reino, maten a Jesús o no le maten. Jesús supone así que llega de inmediato el Reino, tanto por su vida (si triunfa, y Dios trae ya ese Reino), como por su muerte (si muere, su muerte será para el reino), en una línea que puede compararse a la de Pablo en Flp 1, 21-24.
− No beberé más del fruto de la vid...
Acaba de tomar con sus discípulos la última copa de la decisión, se acaba de comprometer precisamente allí donde sus seguidores van a abandonarle, y así promete, de forma solemne, que no volverá a beber, de manera que será nazir o nazareo (cf. Núm 6, 9-21), no por un tiempo reducido, sino por el resto de la vida, hasta morir, según el evangelio, por el proyecto que está simbolizado en el pan y vino compartidos. En este contexto cita el fruto de la vid (genêma tês ampelou) en imagen que Jn 15 ha expandido en rico simbolismo: Como la vid se expresa por su fruto de vino, así Jesús ratifica el don de su vida con una copa compartida del fruto de la vid.
− Hasta el día en que lo beba nuevo...
Ha dicho en diversas ocasiones que resucitará después de tres días (8, 31; 9, 31; 10, 32). También ha citado el día final del retorno del Hijo del hombre, afirmando que sólo Dios conoce la hora (cf. 10, 32). Pues bien, ahora alude al día del vino nuevo, es decir, a la fiesta completa del banquete. Entre la última copa con sus discípulos en la Cena y el vino nuevo del Reino de Dios se establece una profunda conexión que da sentido a todo el evangelio, convirtiendo el recuerdo de Jesús en anticipación escatológica. Desde aquí podemos distinguir dos perspectivas. (a) Jesús está suponiendo que el Reino llega de inmediato, sea por su vida (¡Dios puede hacer que llegue todavía!), sea por su muerte. (b) Marcos sabe que esa ha sido la última copa antes de la muerte, por la que Jesús culmina su camino mesiánico.
Entre esta última copa Jesús y la llegada del Reino se abre, según Marcos, todo el tiempo de la Iglesia, fundada precisamente en este gesto de Jesús y en lo que ese significa (el compromiso concreto de entrega, y la entrega concreta de la vida). Éste es, según Marcos, el signo definitivo del proyecto de Jesús, centrada en sus discípulos, abierto a todos los hombres y mujeres: la copa de vino del Reino que él ha anunciado (preparado) y que ahora promete a los suyos, desde el borde de la muerte.
((Marcos sólo ha empleado la palabra nuevo (kainos) en contextos especiales de ruptura y recreación: habla de enseñanza nueva (didakhê kainê) como título y nota principal del evangelio (1, 27); habla también de los nuevos odres (askous kainous) para el vino joven (neon, con el sentido de kainon) del banquete nupcial del mesías (2, 21-22). Desde ese fondo ha de entenderse la alusión al vino nuevo del Reino de Dios, que los seguidores de Jesús podrán compartir con él. Así se vinculan comida de Jesús con los pecadores en 2, 13-17 (vino nupcial de 2, 21-22), cena con los discípulos (gesto de la copa) y banquete escatológico del vino del reino)).
− En el reino de Dios.
Jesús había comenzado su mensaje diciendo: ¡Convertíos, pues se acerca el Reino de Dios! (1, 14-15), para recorrer después sus “caminos”, descubriendo paso a paso lo que ese Reino significa. De esa forma ha “aprendido” lo que el Reino implica para su vida, y así se lo dice a sus discípulos. Ellos han querido invitarle a la pascua tradicional del cordero de Israel y él ha descubierto que están dispuestos a traicionarle. Pues bien, a pesar de eso, él les invita al Reino de Dios, que se acerca a través de su entrega. Ahora sabemos que el camino ha culminado: Jesús ha cumplido su tarea, ha bebido su copa final, ha ofrecido a sus discípulos la última enseñanza, el testamento de su vida. Sólo le queda seguir en las manos de su Dios, esperando la próxima copa en el Reino de Dios.
Éste es un logion de abstinencia (Jesús no beberá ya más vino en este mundo) y de promesa de la llegada inminente del Reino. En este contexto podemos añadir que Jesús ha interpretado su Última Cena (que sus discípulos querían celebrar a modo de pascua nacional judía, centrada en el cordero) como fiesta escatológica del vino, entendido como anuncio del Reino inminente. Por eso, la palabra central, que aquí aparece, no trata del pan sin levadura, de las hierbas amargas o del cordero (que son los elementos normales de la pascua), sino del vino nuevo.
Marcos ha conservado estas palabras (14, 25) no sólo por fidelidad a una tradición que ha recibido, sino, y sobre todo, para interpretar con ellas el sentido de la “celebración eucarística” del pan y del vino dentro de su Iglesia (14, 22-24). De esa forma, el recuerdo de la Cena de Jesús sitúa a sus seguidores ante el signo de la entrega de Jesús, en el momento clave de su entrega y promesa de Reino.
((Para todo esto cf. E. Tourón del Pie, La palabra escatológica de Jesús en la Última Cena (Mc 14, 25 par), en Fe i Teologia en la Historia. En Honor Ev. Vilanova, Monasterio de Montserrat, Barcelona 1998, trabajo que me permito citar con amplitud, pues yo mismo cuidé su redacción final, en las últimas semanas de vida del autor, que ratificó generosamente mi aportación)).
3. Comienzo de la eucaristía. La promesa del vino nuevo.
El texto doble de la “institución eucarística”, expresada en el pan y el vino (Mc 14, 12-21), resalta la “ruptura pascual” de Jesús, que la iglesia celebra en su “Cena”. Pues bien, en el principio (antes) de esa ruptura se encuentra este pasaje (14, 25), que nos acerca a la historia concreta de esa Cena, pues conserva un “logion” (una palabra original de Jesús) que no ha sido elaborada litúrgicamente por la tradición posterior, de manera que ella puede parecer difícil de situar en la liturgia y teología de una iglesia establecida.
Éste “logion” nos sitúa ante un texto arcaico, que puede resultar extraño para una visión posterior de la Iglesia, pero que encaba bien dentro del contexto de la culminación de la vida de Jesús y de sus ideales de reino. Él está en riesgo de muerte, se sabe perseguido, y sabe que sus mismos discípulos pueden traicionarle. Por eso (en gesto de inversión poderosa) reúne a esos discípulos y les ofrece el signo final de su vida, una señal de solidaridad escatológica. Así promete (jura) diciendo que la próxima copa que beberá con ellos será en el Reino.
((Mc 14, 25 conserva el texto más antiguo de la tradición escatológica de Jesús. Mt 26, 29 lo repite casi al pie de la letra, pero añade “desde ahora”, en el Reino “de mi Padre” y, sobre todo, “con vosotros” (diciendo así expresamente que Jesús beberá con sus discípulos). Por su parte, Lucas, que siente la extrañeza de este dicho pero no puede suprimirlo, lo interpreta y presenta dos veces (una en relación a la pascua y la otra en relación al vino: Lc 22, 16.18), ampliando así el tema y vinculando (quizá en forma tardía) comida y bebida, como signos del reino. Esta elaboración de Lucas va unida a su famosa omisión de las palabras sobre el cáliz (Lc 22, 19-20), no incluidas en algunos manuscritos (especialmente en el D). Es indudable que ha recreado teológicamente el tema)).
Estas palabras evocan el compromiso final de Jesús en favor de su tarea y nos sitúan en el centro de su visión escatológica, vinculada a la fiesta del vino. De esa forma, en este contexto, lo que él promete, al menos de un modo directo, no es un tipo de pascua final (como supone Lc 22, 16), sino el vino nuevo de la gran fiesta israelita y humana que incluye rasgos de las fiestas de Pentecostés y de los Tabernáculos. Éstos son los rasgos más significativos de su dicho:
– Promesa o juramento sagrado.
He traducido el texto de una manera sencilla: “En verdad os digo que ya no beberé...”. Pero el original resulta más sonoro y complejo, e incluye una triple negación (ouketi ou mê), que debe interpretarse como juramento o voto sagrado (cf. Mc 9, 1.41; 10, 15; 13, 20), de manera que Jesús pone al mismo Dios como testigo y garante de toda su obra, en fórmula hecha, que podría traducirse: “así me haga Dios si...”. En el momento más solemne de su vida, rodeado por sus discípulos, tomando con ellos “la última copa”, Jesús se compromete a no beber más hasta que llegue el reino. Eso significa que va a mantenerse, y a mantener su proyecto hasta el final.
– Voto de abstinencia.
Las palabras de Jesús pueden interpretarse como voto de abstinencia escatológica, en la línea los nazireos. El vino ha sido (con el pan) un signo central de su esperanza. Lógicamente, al acercarse el momento decisivo de su tarea al servicio del Reino (culminando lo empezado en 1, 14-15), él proclama que ya no lo beberá más en este mundo. Sabe que van a traicionarle, quizá supone que podrán matarle, pero está convencido de que llega (se está acercando) el Reino, pues ha llegado su hora decisiva.
− Llegada del Reino. 
La Biblia recuerda otros votos semejantes: David no dormirá en su lecho hasta edificar a Dios un templo (Sal 132, 2-5); los conjurados de Hech 23, 23 no comerán ni beberán hasta matar a Pablo... Pero el caso de Jesús es peculiar: se compromete a no beber hasta que llegue algo más grande, lo más grande de todo, que es precisamente el Reino de Dios, es decir, el mismo Dios, hecho Reino para los hombres. Él (Jesús) ha cumplido su tarea, ha hecho todo lo que hacer debía, de manera que ya no le queda nada, y así lo dice, resumiendo y condensando todo el sentido de su vida, como apuesta de Reino (es decir, como apuesta de Dios).
– El fruto de la vida, el vino nuevo.
Estas palabras, que aluden al fruto de la vid, resultaban menos apropiadas en un contexto de pascua judía (donde lo central son los ázimos, el cordero y las hierbas amargas), pero encajan perfectamente dentro de una fiesta “pentecostal” de acción de gracias por la vida, simbolizada en el vino. Por eso he venido diciendo que la Última Cena de Jesús incluye elementos pentecostales (de fiesta del vino), más que de simple pascua judía de los ázimos de pan y del cordero. La fórmula solemne (el fruto de la vid) responde a ese trasfondo. Jesús pone su destino al servicio de la viña de Dios, es decir, de la vida del pueblo israelita, que hemos evocado varias veces, de un modo especial al ocuparnos de la parábola de los viñadores: Mc 12, 1-12).
− Victoria de Dios, sobre todo posible fracaso humana (sobre la muerte de Jesús, sobre la traición de los discípulos.
Con vino de este mundo viejo, en la fiesta de su entrega-despedida, Jesús promete a sus amigos el vino nuevo del reino de Dios, en palabras que evocan el “triunfo de Dios”, es decir, su victoria definitiva, por encima de todos los posibles fracasos. En ese sentido podemos afirmar que Jesús ha vinculado el gesto final de su vida a la certeza de la “victoria de Dios”, que es la victoria de su Reino, precisamente allí donde los suyos van a traicionarle y donde él puede morir.
((En este contexto quiero evocar la obra de E. Nodet y J. Taylor, The Origins of Christianity, Liturgical Press, Collegeville MI 1998, que han situado la Última Cena de Jesús y su muerte en un contexto de celebración pentecostal del vino. También quiero referirme al trabajo de N. T. Wright, Jesus and the victory of God II, SPCK, London 1996, aunque pienso que su insistencia en el “éxodo” resulta quizá exagerada. Sobre la forma en que Jesús ha podido comprender su muerte, cf. también R. Pesch, Das Abendmahl und Jesu Todesverständnis, Herder, Freiburg-Basel-Wien 1978. De un modo significativo, H. Schürmann supone que, a través de este dicho, Jesús ha querido afirmar que el Reino de Dios viene "a pesar de su derrota". «Esta profecía -pronunciada a última hora- tiene la forma de un "a pesar", es decir, abre una perspectiva escatológica a pesar de la derrota... Según este texto (Lc 22, 26; Mc 14, 25 par.) el reino viene a pesar de la catástrofe de la muerte y habrá pronto para Jesús una comida nueva en el reino que viene. La comprensión y el cumplimiento se logrará a partir de pascua» (¿Cómo entendió y vivió Jesús su muerte?, Sígueme, Salamanca 1982, 107).
Sea cual fuere la manera de relacionar ese dicho con su “conciencia” personal, estoy convencido de que Jesús no expresa aquí simplemente un deseo de que el mundo acabe; no se alegra con el fin inminente de las cosas, ni quiere que el mundo termine, en una especie de amor fati o deseo de la destrucción absoluta. Al contrario, la misma comida le abre un camino de esperanza pascual (pentecostal) y de comunicación vital, enraizada en lo que ha sido su apertura hacia los pecadores y, de un modo especial, el pan multiplicado. Precisamente allí donde todo termina, allí donde parece que sólo queda la muerte, Jesús reasume y ratifica su pasado, las comidas con los amigos, el banquete con la muchedumbre, y lo hace con el signo del vino del Reino. Cf. Tourón, La palabra, 216)).
Este juramento escatológico encuadra bien en la historia de Jesús y en el evangelio de Marcos. Jesús ha ofrecido su mesa (pan y peces) a los marginados y pobres, a los publicanos y multitudes. Ahora, en el momento final, asumiendo y recreando la mejor tradición israelita, afirma ante los suyos que ha cumplido su camino, ha terminado su tarea: sólo queda la respuesta de Dios, el vino nuevo y la fiesta del reino. De esa forma ha vinculado el signo de su misión (comensalía mesiánica) ya la entrega de su vida.
La mujer del vaso de alabastro había expresado con perfume el sentido del cuerpo de Jesús, preparándole para la muerte (14, 3-9). Ahora, Jesús ofrece a sus discípulos la copa del vino de la tierra, esperando la fiesta del Reino. El vino de la fiesta, que el pasaje textualmente anterior (aunque históricamente posterior) de 14, 22-24 ha interpretado como signo de entrega y presencia de Jesús, aparece aquí como anticipo y promesa del reino: al beber la última copa, en compañía de sus discípulos, invitándoles a tomar la próxima en el reino, Jesús está fijando y sellando el sentido de su vida, pero de hecho el vino no es su sangre, sino el don del Reino de Dios.
Éste no es el vino de su sangre, que Jesús da a beber a sus discípulos, sino el vino de la promesa del Reino que él bebe y beberá con ellos, aunque mirado en radicalidad incluye la entrega de Jesús, es decir, el don de su propia sangre.
(a) En un sentido, este vino rompe el equilibro eucarístico del signo de 14, 22-24, por el que Jesús ofrece a sus “fieles” su cuerpo y su sangre (identificándose con el pan y el vino de la celebración cristiana), pues aquí no tenemos pan, ni vino-sangre de Jesús, sino sólo vino de Reino que él bebe con ellos.
(b) Pero, en otro sentido, este vino-promesa de Reino ratifica las palabras eucarísticas que la Iglesia ha puesto en el centro de su celebración (cuerpo y sangre de 14, 22-24), recordando que ellas deben entenderse desde el contexto de esperanza y promesa de reino, que define la historia de Jesús y marca su mensaje apocalíptico. Sólo porque Jesús ha mantenido hasta el final su compromiso por el Reino (¡no beberé más...!), la Iglesia puede celebrar su presencia en los signos del pan compartido y del vino celebrado, en espero de ese Reino.
Entendidas de manera estrecha, las palabras eucarísticas de 14, 22-24 podrían haber cerrado a los discípulos en un espacio de sacramentalismo mistérico, más propio de un paganismo devoto (donde los dioses dan a los hombres su cuerpo) que de un mesianismo judío como el de Jesús. Por eso, después de haber dicho con Pablo (y como Pablo) que Jesús ha dado a sus fieles su cuerpo y su sangre (para que coman y beban), Marcos recuerda que el Cristo sigue estando en camino de Reino, pues asegura y jura que ¡no beberá más de este vino hasta beber ya el nuevo (con vosotros) en el Reino! Sólo aquel que se compromete de esta forma, prometiendo a los suyos que beberá “con ellos” la próxima copa en el Reino, puede decirles, para el camino: ¡Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre!
((Ha destacado este motivo J. L. Espinel, La Eucaristía del NT, San Esteban, Salamanca 1980, 59-113, diciendo que Jesús anticipa con gesto y palabra el misterio del reino. Ya no habla en parábolas (¡Se parece el reino de Dios...!: cf. 4, 26.30). Su misma vida es parábola: manifestación suprema de Dios en el pan y vino compartidos en su nombre. Se ha cumplido así y se ratifica para siempre el signo de las multiplicaciones que definen la vida de la iglesia. El camino de Jesús se ha expresado en estos signos de la comunidad mesiánica que nace allí donde hombres y mujeres comparten el pan de Jesús (que es su cuerpo) y beben la copa de su alianza (que es su sangre). Así llegan al final del camino, más allá sólo existe el reino.
Nace así la iglesia eucarística, superando el modelo genealógico (presbíteros), legal (escribas) y sacrificial (sacerdotes). Ésta es la iglesia del pan (mesa compartida) y del cáliz (entrega de la vida), una comunidad de la palabra que se siembra y multiplica (4, 1-34). Esto lo había comprendido la mujer del vaso de alabastro (14, 3-9), lo había rechazado Judas, lo van a negar Roca y los otros discípulos que se escandalizarán de Jesús (14, 27-31), porque quieren mantener sus propios esquemas nacionales de seguridad judía. Sabe Jesús que van a abandonarle dejándole sólo con la tarea del Reino y escapando cada uno a sus faenas; pero ha sembrado en ellos un germen de iglesia y podrá salirles al encuentro, después de resucitar, antes de que hayan llegado a Galilea (14, 28).)).