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Escrito por JORDI PUIG I MARTIN Lunes, 27 de Junio de 2011 13:20
Admito el riesgo de ser acusado de radicalismo, pero es que, si bien puedo comprender el origen de ciertas formas de ecumenismo, tanto acomplejadismo ya me aburre. ¿Cómo puede sostenerse todavía que el ecumenismo busca la unidad entre las diferentes iglesias cristianas? ¡Eso es antiecuménico!
Recapitulemos. En el mundo hay un número incalculable de diferentes iglesias cristianas. Algunas se llevan bien entre ellas, y hasta se reconocen en comunión, y otras se llevan tan mal que, si no llegan a las manos, como mínimo se acusan entre ellas de herejes, y de no ser cristianas. Cada una de estas iglesias, además, está formada por personas que, con mayor o menor acierto, se identifican con unas creencias, unas prácticas, y hasta con determinadas orientaciones morales o políticas. A veces, dentro de una iglesia también hay personas que ven su discrepancia acusada de herejía, o que también llegan a las manos. Vaya, hasta aquí, nada nuevo.
Además de estas iglesias, hay también en el mundo un incalculable número de organizaciones cristianas más o menos transversales (ecuménicas, interdenominacionales) donde participan personas que forman parte de las iglesias anteriormente mencionadas, o no. Además, también hay personas que no participan en ellas, así como hay cristianos que no forman parte de ninguna iglesia.
Por si esto fuera poco, cada una de las iglesias puede tener en su seno cierta división por familias (por razones culturales, teológicas, políticas, lingüísticas…), algunas de las cuales puede relacionarse con otras iglesias, organizaciones, familias o personas, mientras que otras lo hagan con otras, o no lo hagan.
En definitiva: si aplicamos la combinatoria, veremos que, a este paso, ¡casi tenemos tantas pertenencias cristianas como cristianos hay en el mundo! ¿Todavía pensamos que el ecumenismo es buscar la unidad entre las diferentes iglesias cristianas? ¡Pero si hay iglesias diferentes pero unidas, e iglesias desunidas en ellas mismas!
Ecumenismo, ante esto, es simplemente una actitud. Una actitud, y una opción de fe. Ecumenismo es admitir, sin ninguna duda, que sólo Dios puede decidir quién es cristiano y quién no. Y que cada persona, desde su libertad, debe escoger las creencias y las prácticas que mejor respondan a sus convicciones. Y que, para que esto sea posible, el cristiano tiene el deber de escuchar y conocer a los otros. Y que debe estar dispuesto a cambiar tantas veces de opinión como sea necesario. Y que, seguramente, el que está más equivocado seguro que es uno mismo. Y que cambiar de iglesia puede ser sano. Y que participar en una iglesia no significa dejar de participar en la anterior, o anteriores. Y que no es necesario pertenecer a una iglesia para ser cristiano. Y que nunca, nunca, las iglesias deben pasar por delante de las personas.
Ecumenismo no es desear la unidad entre las iglesias, sino reconocer que, de hecho, ante Dios, iglesia sólo hay una.
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