Font: EL PAÍS / Editorial / 14-5-11Las comunidades cristianas en el mundo musulmán se han convertido en muchos casos en especies amenazadas, como lo muestran la sucesión de ataques y matanzas que las han tenido como blanco durante los últimos tiempos, se trate de Irak, Egipto, Pakistán, Somalia o Malasia. En estos y otros países, sin embargo, las reiteradas agresiones ni siquiera alcanzan la categoría de noticias.
La escalada de la violencia confesional en Egipto amenaza directamente la transición a la democracia en el país árabe de referencia. Y se hace más grave por la pasividad de los generales en el poder y la impunidad legal de sus autores, especialmente los grupos salafistas. Los salafistas, una variante especialmente fundamentalista del islam, de inspiración saudí, mantenían un perfil bajo antes de la revuelta popular que destronó a Mubarak y se han hecho especialmente visibles en el vacío de poder actual y en el contexto de la pugna entre las diferentes fuerzas que aspiran a configurar Egipto. No están solos. Elementos de la policía política en desgracia y del partido oficialista disuelto contribuyen a la agitación callejera, acentuada por el colapso de la desacreditada y brutal policía de la dictadura.En Egipto, los ataques contra cristianos coptos, alrededor del 10% de la población, se han multiplicado alarmantemente desde el atentado de Alejandría, en Navidad, y especialmente tras el derrocamiento de Hosni Mubarak. El último, la semana pasada, en un suburbio cairota donde fanáticos salafistas incendiaron una iglesia y causaron 12 muertos y más de 200 heridos. El patrón suele ser el mismo: rumores propagados por extremistas que desembocan en ataques a propiedades o lugares de culto; y que siembran el miedo, provocan huidas y consolidan una ciudadanía marginada.Los cristianos egipcios, pese a su importancia numérica, han sido siempre discriminados por el poder, que ha considerado los ataques contra sus personas o intereses meros "sucesos" sin castigo. Es hora de que la junta militar salga de su inaceptable sopor y ponga coto inmediato a la escalada de la violencia sectaria. Egipto está en camino de celebrar sus primeras elecciones democráticas y alumbrar una nueva Constitución. Un Estado moderno no puede construirse sobre los cimientos de la opresión contra quienes no forman parte de las creencias religiosas mayoritarias.
Font: EL PAÍS / Editorial / 14-5-11
Las comunidades cristianas en el mundo musulmán se han convertido en muchos casos en especies amenazadas, como lo muestran la sucesión de ataques y matanzas que las han tenido como blanco durante los últimos tiempos, se trate de Irak, Egipto, Pakistán, Somalia o Malasia. En estos y otros países, sin embargo, las reiteradas agresiones ni siquiera alcanzan la categoría de noticias.
La escalada de la violencia confesional en Egipto amenaza directamente la transición a la democracia en el país árabe de referencia. Y se hace más grave por la pasividad de los generales en el poder y la impunidad legal de sus autores, especialmente los grupos salafistas. Los salafistas, una variante especialmente fundamentalista del islam, de inspiración saudí, mantenían un perfil bajo antes de la revuelta popular que destronó a Mubarak y se han hecho especialmente visibles en el vacío de poder actual y en el contexto de la pugna entre las diferentes fuerzas que aspiran a configurar Egipto. No están solos. Elementos de la policía política en desgracia y del partido oficialista disuelto contribuyen a la agitación callejera, acentuada por el colapso de la desacreditada y brutal policía de la dictadura.En Egipto, los ataques contra cristianos coptos, alrededor del 10% de la población, se han multiplicado alarmantemente desde el atentado de Alejandría, en Navidad, y especialmente tras el derrocamiento de Hosni Mubarak. El último, la semana pasada, en un suburbio cairota donde fanáticos salafistas incendiaron una iglesia y causaron 12 muertos y más de 200 heridos. El patrón suele ser el mismo: rumores propagados por extremistas que desembocan en ataques a propiedades o lugares de culto; y que siembran el miedo, provocan huidas y consolidan una ciudadanía marginada.
Los cristianos egipcios, pese a su importancia numérica, han sido siempre discriminados por el poder, que ha considerado los ataques contra sus personas o intereses meros "sucesos" sin castigo. Es hora de que la junta militar salga de su inaceptable sopor y ponga coto inmediato a la escalada de la violencia sectaria. Egipto está en camino de celebrar sus primeras elecciones democráticas y alumbrar una nueva Constitución. Un Estado moderno no puede construirse sobre los cimientos de la opresión contra quienes no forman parte de las creencias religiosas mayoritarias.
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