El Catecismo es un museo, recuerdo del pasado. El Concilio Vaticano II es una planta energética, alimento para el futuro. El Evangelio es Vida para siempre.
La Nota de recomendaciones pastorales para el Año de la Fe, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe el pasado 6 de enero comienza con una afirmación, que constituye el mayor lapsus linguae en un documento oficial eclesiástico del último medio siglo. Afirma la Nota que el Concilio Vaticano y el Catecismo son “los dos grandes acontecimientos que han marcado la vida de la Iglesia en nuestros días”. No, no es así. Ni el Catecismo se puede poner al mismo nivel que el Concilio, ni fue un “acontecimiento”.
El Catecismo es comparable a un museo. En museos de arqueología y de historia se conserva el pasado. Entre lo que se conserva y se muestra al público hay tesoros auténticos y también testimonios de horrror. Por ejemplo, en un museo de historia podemos contemplar los instrumentos de tortura medievales con que se forzaba a un prisionero a confesarse culpable. Pero el que se conserven en el museo no significa que se apruebe la tortura, ni que se recomiende su uso. Están ahí esas muestras porque son historia. Las vemos y su recuerdo confirma nuestro rechazo.
También en el catecismo, como en un museo, están recogidas muestras de expresiones de la fe en distintas épocas de la historia, pero no significa eso que sean relevantes o recomendables para hoy. Por ejemplo, lecturas literalistas y fundamentalistas de la Biblia, creencias en la existencia de ángeles, demonios e infiernos, tabúes anticuados sobre sexualidad, familia y moralidad, interpretaciones descabelladas sobre virginidad, pecado original y redención, y un larguísimo etcétera… Están ahí porque son historia, pero hoy la expresión de la fe adulta reconstruye, reinterpreta y reformula la experiencia espiritual, crítica, creativa y responsablemente, con otros términos e imágenes.
Sobre el problema del doble lenguaje del Catecismo, cf. Moral de interrogaciones, cap.3,3 (Publicado con censura eclesiástica en PPC, Madrid, 2000; se puede descargar en Libros Bubok).
La Nota de recomendaciones pastorales para el Año de la Fe, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe el pasado 6 de enero comienza con una afirmación, que constituye el mayor lapsus linguae en un documento oficial eclesiástico del último medio siglo. Afirma la Nota que el Concilio Vaticano y el Catecismo son “los dos grandes acontecimientos que han marcado la vida de la Iglesia en nuestros días”. No, no es así. Ni el Catecismo se puede poner al mismo nivel que el Concilio, ni fue un “acontecimiento”.
El Catecismo es comparable a un museo. En museos de arqueología y de historia se conserva el pasado. Entre lo que se conserva y se muestra al público hay tesoros auténticos y también testimonios de horrror. Por ejemplo, en un museo de historia podemos contemplar los instrumentos de tortura medievales con que se forzaba a un prisionero a confesarse culpable. Pero el que se conserven en el museo no significa que se apruebe la tortura, ni que se recomiende su uso. Están ahí esas muestras porque son historia. Las vemos y su recuerdo confirma nuestro rechazo.
También en el catecismo, como en un museo, están recogidas muestras de expresiones de la fe en distintas épocas de la historia, pero no significa eso que sean relevantes o recomendables para hoy. Por ejemplo, lecturas literalistas y fundamentalistas de la Biblia, creencias en la existencia de ángeles, demonios e infiernos, tabúes anticuados sobre sexualidad, familia y moralidad, interpretaciones descabelladas sobre virginidad, pecado original y redención, y un larguísimo etcétera… Están ahí porque son historia, pero hoy la expresión de la fe adulta reconstruye, reinterpreta y reformula la experiencia espiritual, crítica, creativa y responsablemente, con otros términos e imágenes.
Sobre el problema del doble lenguaje del Catecismo, cf. Moral de interrogaciones, cap.3,3 (Publicado con censura eclesiástica en PPC, Madrid, 2000; se puede descargar en Libros Bubok).
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