De Joana Ortega
Introducción
Gerhard Lohfink, en su libro ¿Necesita Dios la Iglesia? escribe: “La iglesia vive otra vez en el mundo bajo persecuciones o en medio de un paganismo nuevo. En esta situación sólo sobrevivirá si regresa a comunidades constituidas “neotestariamente”, pero no a un falso romanticismo de iglesia primitiva… La palabra “regreso” aún no expresa del todo la cuestión. Se trata de una nueva andadura, pero ahora con una conciencia de la historia mucho mayor.” (286).
Estoy convencida de que una de las reflexiones más convenientes y pertinentes para la iglesia actual debería consistir, sin duda, en una revisión exhaustiva, honesta y profunda de nuestra eclesiología, y la principal pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Cómo es que la iglesia del siglo XXI en todas sus manifestaciones ha perdido la vitalidad y la relevancia que caracterizaran a la iglesia de los primeros siglos?
Algunos pueden pensar que eso no es cierto; que en realidad estamos asistiendo a un renacer de la fe cristiana a través de nuevas expresiones eclesiológicas –todas ellas bastante fundamentalistas, por cierto: renacidos, carismáticos, predicadores del avivamiento, telepredicadores, milagreros, chamanes, vividores… y otras especies. Creo que esas expresiones y esos renaceres no son más que versiones baratas e incultas de un “neoplatonismo” pagano, chabacano y trasnochado.