dissabte, 1 d’octubre del 2011

La verdadera y falsa “desmundanización” de la Iglesia. Hacia una transformación evangélica, y no meramente religiosa, de la Iglesia.

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La crisis eclesial continúa en pleno vigor y muchos se encuentran como paralizados sin saber la dirección a seguir. Ante esto, algunos cristianos optan por soluciones excesivamente unilaterales: por una parte están los que han decidido alejarse de la institución y vivir un cristianismo a su medida, otros optan por regresar a un estilo de Iglesia preconciliar, enemiga de la secularidad, limitada a ser una mera institución religiosa en medio de una sociedad que ven desacralizada, creyendo que así van a solucionar la crisis.

En su reciente viaje a Alemania, Benedicto XVI reconoce la necesidad de una reforma en la Iglesia. No hace otra cosa que recordar las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que afirma que la Iglesia siempre debe estar reformándose para servir al Evangelio (Ecclesia semper reformanda). Los medios de comunicación señalan que el Papa ha empleado el término “desmundanizar” la Iglesia, acentuando la necesidad de que la Iglesia se diferencie de la sociedad para poder transmitir su mensaje.

Reconocer la necesidad de reformas en la Iglesia es posiblemente la respuesta más realista y eficaz a la actual situación. Ahora bien, no toda reforma en la iglesia es una verdadera reforma eclesial. Debemos a Yves Congar la redacción de un libro estupendo (“verdaderas y falsas reformas de la Iglesia”) que nos señala los criterios para que una reforma sea verdadera en la Iglesia. Es un libro de los años 50 por el que fue duramente perseguido por la burocracia clerical del momento, siendo después rehabilitado, nombrado cardenal y convirtiéndose él (y su teología) en uno de los padres del milagro del Concilio Vaticano II. Una muestra más de cómo el mero seguidismo de “los que mandan”, muchas veces, nos hace colaborar con el error y el mal.
En primer lugar, señala Congar que la Reforma en la Iglesia no es una reforma para sí misma, no es eclesiocéntrica (uno de los grandes errores de ciertas sensibilidades actuales) sino que está al servicio de la misión de la Iglesia, está al servicio de la personas llamadas a vivir el evangelio, está al servicio pues del Reino (construir un mundo más fraterno, libre, solidario, profundo), es Reinocéntrica.

Hay hoy un discurso excesivamente extendido que cree que la misión de la Iglesia es meramente religiosa, es decir, que su principal misión es el oponerse al discurso nihilista de los que niegan toda transcendencia. Esto, sin embargo, está lejos de la verdadera visión de la misión de la Iglesia si seguimos los criterios evangélicos, los criterios de Jesús. En realidad, la Iglesia debe también hacer una función secularizadora y relativizadora de lo religioso, de modo que no sea lo central ni la religión se ponga por encima del ser humano. Debe defender la autonomía del hombre y del mundo.

Habría que señalar que el Evangelio contiene en sí la visión secularizadora de la realidad y de la religión. No todo secularismo es antievangélico, y hay un “antisecularismo” que es antievangélico. El evangelio señala que el mundo no es divino ni es satánico, es autónomo y creado. No debe ser pues sometido por la religión para tener valor, lo tiene en sí mismo, ni puede divinizarse como si sólo fuera una máscara de lo divino, sin realidad en sí mismo. El mundo tiene pues valores, si bien hay también en él antivalores, no es todo bueno ni todo malo. La principal misión de la Iglesia no es luchar pues contra el mundo sino promover los valores que en él hay y combatir los antivalores.

El mundo que la Iglesia quiere combatir es el mundo entendido no como creación o sociedad secular, sino como “el sistema” de antivalores centrado en el poder, el dinero, el prestigio y la religión sacralizada que promueve este sistema. Es el mundo que somete a los pobres y los débiles y la religión que se centra en lo sagrado (los sacramentos y la beneficiencia) y se olvida de denunciar la injusticia que explota a los hombres, que hace que haya pobres y ricos, e incluso colabora con este sistema. Eso es una religión mundanizada o al servicio del sistema. Esta religión es denunciada por los profetas del Antiguo Testamento y por Jesús.

Desmundanizar” la Iglesia en sentido evangélico es pues hacer que su centro sean los pobres y su misión sea promover la transformación del mundo desde la experiencia del Dios de Jesús, dirigida a la construcción de un mundo más humano y más fraterno. La iglesia debe transformar el mundo, no someterlo ni destruir su autonomía y sus valores. De hecho, como señala el Concilio Vaticano II, está también llamada a aprender de él y a descubrir en él los signos de los tiempos, los valores que Dios promueve en él. Desmundanizar la Iglesia es pues abrirla a los valores “antisistema” que Dios promueve en el mundo, habría pues que discernir cuales son estos. Creo que, como señala el Concilio, valores como la dignidad humana, los derechos humanos, la libertad de conciencia y palabra, la democracia… son valores que deben ser promovidos y no combatidos. De hecho, podría verse en ellos un origen cristiano, si bien nacieran en ocasiones en lucha contra la institución eclesiástica. Y es que la Iglesia y los cristianos han sido un obstáculo, en ocasiones, para vivir los valores del Reino. Así lo señala también el Concilio. Una Iglesia cerrada a estos valores es una iglesia “mundanizada” (centrada en sí misma y apoyando el sistema).

En segundo lugar, Congar señala que toda reforma en la Iglesia se hace volviendo a inspirarse en los orígenes de la Iglesia, en El Evangelio y en las primeras comunidades. Es lo que nos pidió el Concilio, volver a mirar a los orígenes. La reforma pues no puede consistir en inspirarse en la Iglesia preconciliar, sino en la iglesia de los orígenes. La Iglesia preconciliar era centralista y verticalista, uniformadora, dominada por la curia romana, con muchos elementos de religiosidad sacralizadora… No es por tanto el modelo a imitar. Una reforma mundanizada de la iglesia sería aquella que no volviera a inspirarse en los orígenes sino en la iglesia preconciliar. En este sentido, el acercamiento a los lefebvrianos, defensores de este modelo de iglesia es un riesgo de “mundanización” eclesial (volver a una iglesia eclesiocéntrica) si se hace asumiendo sus planteamiento errados.

Si algo caracteriza a la Iglesia de los orígenes es el pluralismo de sensibilidades y de modos de funcionamiento.Desmundanizar hoy la iglesia es acercarla a este estilo pluralista en la Iglesia. Que el pluralismo sea un valor y se promuevan las comunidades que lo viven y que nacen con este espíritu pluralista.

En tercer lugar, señala Congar la necesidad de estar en comunión con toda la iglesia (no sólo con la jerarquía) y vivir una iglesia de comunión y no hacerse una iglesia de puros e incontaminados
, una iglesia de fariseos. Parece que hoy apuestan algunos por una iglesia con una identidad conservadora muy marcada que la separe del resto de la sociedad y del resto de los cristianos.

Este puritanismo es duramente criticado por Jesús, es el modelo de religiosidad farisea, que es muy escrupulosa en los temas religiosos (que se sigan las rúbricas, por ejemplo, en la liturgia) y se olvida de la vida de la gente hasta el punto de poner la religión por encima de las personas. Hay algunos que creen que poner el compromiso como clave para vivir la liturgia es secularizar, cuando no es otra cosa que vivir el mensaje de Jesús, que tiene una dimensión secularizadora. Sólo si se viven en la vida los valores que se celebran en la liturgia ésta es eficaz, en caso contrario es algo alienante y antievangélico. Para algunos es más importante que el cura lleve correctamente su estola a que en la comunidad cristiana haya injusticias y pobreza entre sus miembros, y esto se considere normal.

La verdadera desmundanización de la Iglesia se centra por tanto en el compromiso por la liberación integral de los hombres y las sociedades, como base y meta de toda religiosidad. Una iglesia que no trabaja por la liberación de los pobres y por la justicia es una iglesia mundana, centrad solo en los aspectos religiosos del mensaje, manipulándolo.

Por último, Congar habla de la necesaria paciencia, humildad y empeño en la trasformación de la Iglesia, la reforma verdadera supone un tiempo y hay que tener paciencia. No es una obra de la jerarquía sino de toda la Iglesia, sólo una generación entera puede cambiar de verdad la Iglesia.

Hoy es necesario recuperar la importancia de la crítica dentro de la Iglesia, si algo caracteriza al cristiano es la parresía (libertad de palabra), es necesario valorar y promover la crítica dentro de la Iglesia si queremos “desmundanizarla”, es decir, hacer que no se rija por los criterios de control y autoritarismo propios del mundo.

Los grandes santos han sido muy críticos con la jerarquía del momento cuando ésta pretendía abusar o apoderarse de todo el protagonismo.

Hoy es necesario que se establezcan criterios claros y públicos de cómo se puede vivir este espíritu crítico en la Iglesia, qué es discutible y qué es lo común a todos. Sin crítica la Iglesia se mundaniza y uniformiza. La sumisión y no la libertad es el criterio del mundo para las instituciones.