dimarts, 11 de maig del 2010

De la religión “degradada” a la “convicción ética”


de José M. Castillo, Redes Cristianas


Para nadie es un secreto que la práctica religiosa ha descendido en casi toda Europa de forma alarmante. Lo hemos pensado y lo hemos dicho muchas veces: los templos casi vacíos, los seminarios y noviciados también (fuera de contadas excepciones) casi vacíos, y muchos de ellos cerrados. Cada día hay menos sacerdotes, menos religiosos/as.


Cada día nos enteramos de nuevas noticias desagradables relacionadas con el clero, etc, etc. Pero, a mi manera de ver, lo más preocupante es que la Iglesia y sus prácticas religiosas, todo eso, es ya un hecho marginal en Europa, en su cultura, sus costumbres, sus proyectos. La Iglesia tiene una influencia cada día más escasa, más insignificante, en la vida, la moralidad y las costumbres de los ciudadanos en el gran continente donde primero se expandió el cristianismo y donde, desde sus orígenes, tiene su centro organizativo y administrativo.


¿A dónde vamos con todo esto? ¿No tenemos derecho y motivos para pensar seriamente en que nuestra religión, al menos en Europa, ha entrado en un proceso de creciente degradación? ¿No tendríamos que hablar, por lo tanto, de un proceso de “descomposición” del cristianismo, precisamente en la cultura en la que se encarnó, pero con la que no ha sabido crecer y estar a la altura de las circunstancias?

¿Se puede pensar que esto se va a reorientar dentro de algunos años? No podemos saber lo que va a ocurrir en el futuro. Pero lo que sí sabemos - y lo sabemos con seguridad - es que la religiosidad clerical, que la Iglesia ha impuesto como la forma de vivir el cristianismo, no se parece a lo que vivió y enseñó el fundador del cristianismo, Jesús de Nazaret.


Hablo de “religiosidad clerical” porque las prácticas religiosas, organizadas, presididas y controladas por el clero, son el centro de la religión que enseña e impone la autoridad de la Iglesia. Pues bien, como todos sabemos, se trata de una religiosidad que tiene su centro en los templos, que es dirigida y presidida por sacerdotes, que controlan las prácticas religiosas mediante las leyes, normas y rúbricas que impone la Jerarquía de la Iglesia.


Esto supuesto, lo primero que tendríamos que pensar es que de nada de esto habló Jesús. Ni de nada de esto se preocupó Jesús. Ni por nada de esto se interesó Jesús. Hay que leer y releer los cuatro evangelios. Y caer en la cuenta de que en ellos no se habla jamás de que Jesús fundara un templo, una capilla, o que instituiyera unos sacerdotes, o que organizara funciones religiosas… Nada, nada de eso, aparece por ninguna parte en los evangelios. Pronto explicaré esto más detenidamente.


De momento, me limito a insisitir en que Jesús se dedicó a tres cosas: anunciar el Reino de Dios. Y eso lo realizó en tres formas de actuación, que están presentes en todas las páginas de los evangelios: 1) Curar enfermos y endemoniados. 2) Compartir la comida con toda clase de gentes. 3) Repetir y explicar cómo deben ser las relaciones humanas, de acuerdo con lo que quiere el Padre del Cielo.


Jesús fue un laico, que vivió laicamente, con una espiritualidad muy profunda, pero vivida en la soledad del campo y de los montes. Jesús jamás aparece rezando en el Templo de Jerusalén. Ni jamás se dice que asistiera a los cultos del Templo. Jesús iba al Templo porque era el sitio donde se reunía la gente; y allí le hablaba a todo el mundo. Pero, insisto, en ninguna parte se dice que Jesús fuera a participar en los cultos sagrados del Templo.


Incluso cuando se dice que iba a las sinagogas, siempre se advirte que lo que hacía allí era hablar. y hablar de tal forma que, con frecuencia, irritaba a los “observantes”. Jesús fue un profeta de las “convicciones éticas” que pueden cambiar la vida de las personas. ¿No ha llegado ya la hora de que afrontemos en serio el desplazamiento de la “religiosidad de los templos y los clérigos” a la espiritualidad de las “convicciones éticas” que nos hagan a todos más humanos, más honrados y memos “inquisidores”?